
La letanía de su mirada yacía perdida en lo recuerdos de una vida olvidada...
-Le prometo que no lo recuerdo...- continuaba con cierta convicción el muchacho -, aunque en todo caso aquel rostro no se me olvidará jamás, pero aún así, perdóneme.
La mujer no se inmutó; su severidad parecía implacable, pero su corazón latía deseperadamente, como si desfalleciese en cualquier momento.
-Mamá, te prometo que no lo volveré a hacer...- le repetía otra vez.
Solo que esta vez, la Mujer palideció. El niño que tenía delante de ella, era huérfano. De pronto, unas voces interrumpieron sus pensamientos; eran los médicos.
-Señora, su visita ya ha terminado.
Sin más que agregar al enorme cuestionario al que había sometido al niño, tomó sus cosas y se marchó. No soportaba los hospitales, ni mucho menos los psiquiátricos, pero era menester resolver el caso cuanto antes; pero, dentro de su corazón algo quedó sobre lo que el muchacho le había dicho: mamá. Se reprochó el no haberle hecho caso al médico encargado: nunca mire a los ojos ni a los mendigos ni a los internos del hospital, por que la letanía, melancolía y la avalancha de sentimientos que caían de esos espejos, era abrumadora y capaz de enloquecer hasta a la mente más clara y sana.-
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